Hace poco tuve una conversación muy valiosa con otra empresaria que admiro profundamente. Ella trabaja con muebles, pero no cualquier tipo: da una segunda vida a materiales y elementos que otros ya no usan. Lo suyo es transformar lo descartado en algo útil y hermoso. Sin embargo, también diseña cocinas y otros productos usando materiales que no son necesariamente ecológicos.
Y eso me hizo reflexionar. Porque lo mismo nos pasa a nosotros.
En nuestro negocio, comenzamos con una fuerte convicción: ser sostenibles, trabajar con materiales reciclados, reducir el impacto ambiental. Pero con el tiempo, entendimos algo que pocos dicen en voz alta: si queremos que el negocio sobreviva, debemos adaptarnos. Eso a veces implica usar otros materiales, estampar sobre lo que el cliente necesita, no solo lo que a nosotros nos gustaría ofrecer.
Esto no significa que dejemos de ser ecológicos, ni que renunciemos al propósito con el que nacimos. Significa que estamos tomando decisiones difíciles. Que estamos siendo realistas.
Lo más duro no es tomar esa decisión. Lo difícil es la crítica que viene después. Porque desde fuera, es fácil juzgar sin conocer el contexto. Sin saber que muchas veces lo hacemos para mantenernos a flote. Porque la línea ecológica, por sí sola, no siempre es suficiente para vivir. Y más cuando estás empezando.
No se trata de rendirse a lo comercial. Se trata de sostener el propósito, mientras también sostienes tu vida y tu empresa.
Por eso, antes de juzgar a un emprendedor por cambiar de rumbo, es importante conocer la historia completa. Porque a veces adaptarse no es traicionar el propósito… sino la única forma de seguir luchando por él.